Al igual que la tribu de los sentineleses que recientemente mataron a un estadounidense que se aventuró en su isla del océano Índico, los amerindios de la selva amazónica rechazan todo contacto con el mundo exterior.
Pero su modo de vida, y de hecho sus vidas, están amenazadas por el tráfico de drogas, la deforestación ilegal y la explotación de minerales.
Perú, cuya mitad está cubierta por la selva amazónica, es uno de los pocos países que quedan en el mundo donde las tribus no contactadas siguen viviendo en absoluta autonomía, alejadas de la sociedad moderna.
La Amazonia peruana alberga 16 comunidades indígenas que suman unas 4.500 personas, según el Ministerio de Cultura, que viven en aislamiento voluntario.
Entre ellas se encuentran las tribus Mashco-piro, Cacataibos, Isconahuas, Matsigenkas, Mastanahuas, Murunahuas, Nantis y Yoras.
Tres comunidades más, unas 2.500 personas, se encuentran en situación de «contacto inicial»
Todas ellas viven en reservas en tres regiones del este de Perú: Ucayali, Madre de Dios y Cusc.
El contacto entre estos grupos y los forasteros es poco frecuente, pero a veces violento, de forma muy parecida al encuentro del estadounidense John Allen Chau, de 27 años, con los sentineleses en las islas Andamán.
Sólo quedan unos 150 miembros de esa tribu en la isla Sentinel del Norte y todos los forasteros tienen prohibido acercarse siquiera a tres millas (cinco kilómetros) de sus tierras.
– ‘Atroz’ –
En el Amazonas, este rechazo a mezclarse con el mundo exterior es en gran parte una reacción al contacto previo que ha visto a los indios sufrir ataques y brotes de enfermedades traídas por los colonizadores a las que no tienen inmunidad, algo que ha diezmado sus comunidades.
Durante el auge del caucho en el Amazonas entre 1879 y 1912, que según un diplomático irlandés de la época infligió crímenes «atroces» contra los indígenas, muchos Mashco-piro fueron capturados y explotados en condiciones parecidas a la esclavitud, empujando al resto de su comunidad a adentrarse en la selva para protegerse.
Sin embargo, a diferencia de Centinela del Norte, el Amazonas no es una isla y las amenazas externas son numerosas y difíciles de alejar.
En esta zona poco poblada, las actividades ilegales suponen la mayor amenaza, en particular el narcotráfico, ya que las bandas de narcotraficantes buscan aprovechar las zonas selváticas de difícil acceso.
«A los narcotraficantes no les importan las áreas protegidas, salvo para expandir» sus plantaciones ilegales de coca, dijo el coronel de la policía Arquímedes León.
«Para ellos, es la selva y no les puede importar menos».
Además, las riquezas naturales de la Amazonia atraen a todo tipo de buscadores, ya sea para explotar su oro o sus cedros y caobas, en peligro de extinción.
Las incursiones de foráneos «suelen ser violentas y desplazan a las comunidades de sus hábitats», señala la Federación Nativa del Río Madre de Dios, región considerada el epicentro de la explotación ilegal de minerales en Perú.
– La amenaza del turismo –
Pero no es sólo la actividad ilegal la que causa daños a la patria de los indios, sino también la construcción de carreteras para desarrollar el turismo en la Amazonía.
En enero, el parlamento de Perú votó a favor de autorizar la construcción de carreteras a través de la selva, y eso a pesar de que el Papa Francisco, que estaba de visita en la región en ese momento, pidió la protección de los pueblos no contactados.
El pontífice arremetió contra «la gran presión de las grandes empresas que codician el petróleo, el gas, la madera, el oro, o los agronegocios de monocultivo»
Su llamamiento parece haber sido en vano. Las autoridades peruanas aún no han tomado ninguna medida para proteger a las comunidades aisladas y, mientras tanto, Perú sigue perdiendo más de 120.000 hectáreas de bosque cada año.
Cualquier proyecto en la zona «debe ser planificado» para no afectar gravemente «ni a los indígenas» ni al medio ambiente, dijo Nancy Portugal, jefa de la sección de pueblos aislados del Ministerio de Cultura.
Sin embargo, hay pocas esperanzas, dada la mínima capacidad de vigilancia y los escasos recursos de las autoridades locales de la vasta región.
Los Mashco-piro, un grupo nómada de unos 900 cazadores-recolectores, viven en dos reservas cercanas a los principales centros turísticos del país, la antigua capital inca de Machu Picchu y la cercana ciudad de Cusco.
Para proteger a los Mashco-piro, el Ministerio de Cultura ha puesto en marcha controles para tratar de evitar que las agencias de turismo sin escrúpulos vendan excursiones para conocer a las tribus vírgenes.
Pero se enfrentan a una ardua batalla.