Cuando mi hijo era un bebé, le costaba mucho dormir toda la noche, y de hecho tardó unos nueve meses en poder hacer un tramo de seis horas continuas. Así que aquí está papá, intentando que supere esta etapa de la vida y enfrentándose a una noche tras otra de insomnio. Y aquí está papá levantándose por la mañana para ir a trabajar. Aunque levantarse realmente no aplica cuando mi cuerpo apenas vio la cama en el proceso.
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Enfrentada a interminables plazos en el trabajo y a noches que no parecían terminar, tuve que adaptarme. Tuve que averiguar cómo sostenerlo de una manera que lo mantuviera dormido mientras me permitía dormir un poco también.
Después de muchas pruebas y errores, descubrí un método de sujeción que consistía en usar mi antebrazo en una postura determinada que incluía apoyarme en una esquina. Era una fórmula ganadora, porque él se dormía y yo estaba lo suficientemente estable como para dormir también. Era la única fórmula ganadora, porque cualquier alteración de esa sujeción y de esa postura conducía a un niño llorón.
El problema era que me exigía estar de pie. Literalmente, tuve que aprender a dormir de pie. El rincón de su habitación se convirtió en mi cama y mi antebrazo en su colchón.
Lenta pero inexorablemente, a lo largo de los nueve meses, empecé a arriesgarme y a acostarlo durante pequeños ratos, casi para entrenarlo a salir por su cuenta. Al cabo de nueve meses, durmió toda la noche y así ha sido desde entonces. Ahora está en el primer año de la universidad y no estoy segura de que vuelva a dormir mucho por la noche, pero ese es su problema, ¡no el mío!
Mirando hacia atrás, hubo momentos en los que pensé que no lo conseguiríamos. Corrección, ¡hubo momentos en los que pensé que no lo lograría!
Pero en el fondo, de alguna manera sabía que esto era sólo una situación temporal, y que sólo tenía que adaptarme por un tiempo, y que mejoraría. Tuve que adaptarme a lidiar con el sueño no continuo, y tuve que adaptarme a forzar mi cuerpo a dormir en posición vertical. Y, efectivamente, el tiempo pasó, y esa situación concreta también. Si no hubiera sido capaz de adaptarme, quizás hubiera durado mucho más tiempo o hubiera tenido más consecuencias como pérdida de productividad en el trabajo, tensión en otras relaciones, etc.
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Pero lo superamos, pero sólo porque fui capaz de adaptarme a la situación temporal mientras el cuerpo de mi hijo se adaptaba a su entorno.
A decir verdad, ha habido muchas otras veces en mi vida en las que he tenido que «dormir de pie», en sentido figurado. Al tomar decisiones profesionales a lo largo de los años para equilibrar las exigencias del trabajo y la familia, he soportado largos desplazamientos, funciones no óptimas y finanzas muy ajustadas. Incluso creé mi propia empresa para poder estar cerca de los niños. Hubo mucho «dormir de pie» en esos primeros años de mi empresa.
Esto es lo que hacemos, sin embargo, como empresarios y padres al afrontar las etapas de nuestras familias y nuestros negocios. Hay que adaptarse y aguantar en los momentos difíciles, para poder llegar al otro lado y disfrutar de las recompensas de tu duro trabajo.
A día de hoy recuerdo la primera noche que mi hijo durmió del tirón. Y hasta hoy recuerdo cuando mi pequeña agencia consiguió su primera gran cuenta. Luego, al poco tiempo, llegó otro reto que nos hizo «dormir de pie», por así decirlo.
Recuerdo con cariño cada una de esas situaciones temporales que obligaron a la adaptación. Es la materia de la que están hechos los emprendedores y los padres.
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