El divorcio para las mujeres mayores de 50 años tiene una mala reputación. Tenemos este condicionamiento cultural en el que tendemos a ver a una mujer divorciada que se queda sin nada. No tiene a quién recurrir y no tiene ni idea de qué hacer con el resto de su vida.
El proceso de terminar un matrimonio, especialmente uno de décadas, puede definitivamente sacudir tu vida en todos los aspectos. Desde el financiero hasta el emocional, son muchas las buenas lecciones inesperadas que nos depara el divorcio en la tercera edad.
Finalizar un matrimonio de décadas es traumatizante. Durante años nos definimos como esposas, madres, compañeras y siempre como parte de una unidad. Desde una edad temprana, es posible que nos hayan enseñado que no hay mayor objetivo que una mujer pueda obtener, y por eso cumplimos obedientemente ese papel.
Entonces se produjo el divorcio. Sentimos que nuestra vida y nuestro mundo desaparecían en cuestión de segundos. Todo estaba en peligro y sentíamos que habíamos perdido una parte de nosotras mismas que nunca volvería.
Sin embargo, a través de la navegación del divorcio, algo comenzó a suceder. En una búsqueda de consuelo, tomamos la sabia decisión de hacer cosas que nos trajeran consuelo y alegría. En un esfuerzo por no sentirnos solos, puede que nos hayamos unido a un club de lectura o a un grupo de apoyo.
Tal vez empezamos a pasar más tiempo con amigos y familiares. Tal vez perseguimos intereses y pasatiempos que sentimos que nunca pudimos en nuestro matrimonio. Puede que hayamos vuelto a trabajar.
Al principio estas cosas nos parecían aterradoras porque no estábamos acostumbrados a ellas. Pero poco a poco, cuando empezamos a disfrutar de estas nuevas actividades, puede que descubriéramos que nos estaban abriendo una puerta a un mundo completamente nuevo.
Uno en el que podíamos empezar a definirnos como mujeres de negocios, jardineras feroces, amigas increíbles, viajeras del mundo. Surgieron nuevas y más ricas autoidentidades que en una vida anterior nunca creímos posibles.
Estar sola puede ser increíble
Una de las razones por las que muchas de nosotras elegimos permanecer en una relación infeliz y poco saludable fue que no queríamos estar solas. Nos decíamos a nosotros mismos que estar con una pareja, aunque el amor y el respeto que merecíamos ya no existieran, era mejor que no estar con ninguna pareja.
Sin embargo, a medida que el divorcio avanzaba, puede que nos diéramos cuenta de que algo sucedía. La casa a la que volvimos estaba tranquila por una vez. Todo estaba donde lo habíamos dejado, sin que nadie tuviera que limpiar. No había ningún resentimiento que pudiera crecer. Pudimos leer un buen libro en el sofá. No había que preocuparse de que el televisor pusiera a todo volumen un partido deportivo que nunca nos había importado.
Descubrimos que nos gustaba ir y venir a nuestro antojo. No había ningún compañero del que preocuparse. La capacidad de establecer nuestros propios horarios y dirigir nuestras casas y vidas sin preocuparnos por nuestro cónyuge era liberadora.
La capacidad de sentarnos solos, ir a lugares y explorar las cosas que queríamos hacer era maravillosa. La sensación de libertad empezó a sustituir ese miedo a estar solos. El pánico a no tener a nadie se desvaneció. El dolor de agonizar por la vida sin pareja se disolvió.
Eres más fuerte de lo que puedes imaginar
Las mujeres de más de 50 años no se dan el crédito que merecen. Puede que hayamos entrado en pánico durante el proceso de divorcio. Puede que hayamos pasado noches sin dormir pensando: «He construido mi vida en torno a este matrimonio y lo he hecho todo por esta pareja. ¿Qué voy a hacer sin él? ¿Dónde voy a ir?»
Pero algo curioso ocurre durante la separación. Nos damos cuenta de las cosas. No corremos hacia nuestras parejas, diciéndoles «¡No tengo ni idea de qué hacer! Por favor, vuelve conmigo!». En cambio, empezamos a investigar nuestras opciones. Empezamos a consultar a profesionales del divorcio que nos ayudan a navegar por las turbias aguas del divorcio.
Cuando empezamos a sentir pánico por el aspecto financiero de las cosas, aprendimos a hacer un presupuesto. Descubrimos cómo ahorrar, cómo recortar y cómo hacer que las cosas funcionen para nuestras vidas, independientemente de los ingresos.
Lenta pero seguramente, día a día, antes de que nos diéramos cuenta, estábamos cuidando de nosotros mismos. Estamos tomando las mejores decisiones para nosotros mismos y para nuestro futuro. Averiguar cómo recuperar nuestra felicidad y reclamar nuestra propia vida se convierte en una prioridad.
¿No es curioso cómo un cambio de vida importante puede transformarnos? Algo que no pensábamos que podríamos sobrevivir, y mucho menos prosperar, puede moldearnos en las heroínas que nunca supimos que podíamos ser.
El divorcio puede ayudarnos a inclinarnos por lecciones inesperadas sobre nosotras mismas. Descubrimos nuestras nuevas identidades, abrazamos nuestro tiempo de soledad y nos damos cuenta de nuestra propia fuerza. Estas no son sólo lecciones inesperadas de un divorcio, sino algunos de los mayores regalos que podemos hacernos.
¿Sobreviviste a un divorcio después de los 50? Qué lecciones inesperadas aprendiste en el camino? Qué fortalezas descubriste al reconstruir tu vida después del divorcio? Por favor, únete a la conversación.